Desde la asociación donde ahora es voluntario, Amalajer, apuntan que el perfil de jugador en Málaga es muy joven y con muchas deudas.
Manolo Anaya cruza cada tarde la puerta de la Asociación Malagueña de Jugadores de Azar en Rehabilitación (Amalajer) con una sonrisa. La cruzó por primera vez como usuario. Llegó cabizbajo y obligado, tras un ultimátum de su mujer. Todo se acabaría para siempre si en menos de una semana no acudía a la asociación que ella misma le buscó para sacarlo del pozo. Aceptó a regañadientes. Ocho años más tarde, Amalajer le ha devuelto a la vida y ahora cruza su puerta de entrada, además de feliz y orgulloso, como voluntario para guiar a los que están pasando por la misma enfermedad que él: la ludopatía.
Es taxista de profesión y tiene 64 años. Hace unos quince comenzó a engancharse a las máquinas de juego que había en el bar. Concretamente a las tragaperras. No podía salir de casa sin monedas, pero lo que empeoraba su adicción era su trabajo: pasaba mucho tiempo solo, de noche, en Málaga y con mucho dinero suelto. "No solía frecuentar salones. Yo jugaba en bares, lo que a veces, aunque parezca curioso, me frenaba, porque no jugaba si veía a alguien conocido en el bar", relata.
Manolo lo tiene claro, uno no se hace jugador de la noche a la mañana. El juego acaba apoderándose de ti hasta que te convierte en "un manipulador y en un embustero compulsivo", pero se muestra orgulloso por haber conseguido superar la enfermedad.
Recuerda, algo emocionado, cómo fue su primera terapia. "Me dijeron que no podía beber ni consumir drogas, algo que me tranquilizaba, puesto que jamás he bebido ni he consumido. En mis años, nunca me he emborrachado. El problema vino cuando me dijeron que no podía llevar dinero encima. Ahí se me cayó el mundo. Me pregunté dónde me había metido yo, no lo comprendía", recuerda. Es el paso más difícil del proceso, el primer paso. Cada tratamiento es un mundo, pero de media se tardan tres años en recuperarse de la adicción al juego. Dos de tratamiento y uno de seguimiento.
Le costó mucho aceptar que pedir ayuda estaba bien. "Era valiente para vender oro, pero un cobarde para pedir ayuda", esgrime. Y eso que en casa tenía una situación límite. La comunicación con su mujer era nula. De hecho, se le encoje un nudo en la garganta al contar una dura anécdota junto a ella: "Estaba en el lavadero de casa fumándome un cigarro y mi mujer me dijo, entre lágrimas, que no podía más. Le dije que si no podía más se tirara por la ventana y así nos complicábamos menos la vida los dos, porque a mí me la estaba amargando. En ese momento es lo que sentía, creo que si lo hubiese intentado no hubiera tratado de salvarla. Lo pienso en la distancia y pienso en cómo es posible que la ludopatía te ciegue de esa manera haciéndote llegar a esos límites".
Manolo reconoce que cuando se habla de ludopatía pocas veces se pone el foco sobre el familiar. "Yo he salido de esta enfermedad al 50% gracias a mi mujer", dice. Cree que ella ha sido fundamental para su recuperación, siendo firme cuando ha tenido que serlo, implicándose en las terapias, para que él no consiguiera manipularla. "No le hago regalos ni le doy las gracias. Ella dice que el mejor regalo que le hago cada día es el de ser amable, simpático y responsable".
Insiste en varios momentos de la conversación en que "la ludopatía saca lo peor de cada uno". Habla con una sonrisa de algunos casos que han salido adelante gracias a las terapias que han hecho a su lado. "Yo no conocía la palabra empatía cuando era jugador. No la he conocido hasta que llegué a Amalajer", cuenta con sinceridad.
Amalajer cambia la vida a cientos de malagueños año tras año. En 2022, concretamente, atendieron a 400 malagueños. Manolo, de hecho, define la asociación como el lugar donde se siente libre y donde nadie le juzga ni critica desde que llegó. "Bendito el momento en el que vine. Hoy vengo aquí porque me apetece", dice. Reconoce que a sus 64 años, ha encontrado gracias a la asociación una rutina que le llena. Trabaja en el taxi desde las cuatro de la mañana y hasta el mediodía. Después de descansar, comer y asearse se va "feliz y contento" a Amalajer. "Tampoco le he dado las gracias como tal a la asociación, es cierto, pero creo que no hay mejor forma de hacerlo que viniendo a colaborar. A mí me da mucha satisfacción ver cómo los chavales van saliendo hacia delante", expresa.
Esos chavales de los que habla son cada vez más jóvenes. El perfil medio tiene menos de 45 años. "Cada vez hay más facilidad para acceder a las apuestas deportivas, al bingo o a la ruleta online. No tienen que salir ni de su cuarto. Y cada vez traen más deudas. Yo siempre digo que lo mejor es que no se las paguen desde la familia, es lo peor que se puede hacer", aconseja. Así, explica que en los primeros días de tratamiento nunca se debe ser muy duro con el enfermo, que aún tiene que convencerse a sí mismo de que "no es un vicioso y sí un enfermo. Eso sí, apunta que se debe ir ganando firmeza poco a poco para que no flaquee, siempre convenciéndole de que hay salida".
Manolo culpa de esta "epidemia", en gran parte, a "los políticos", por la presencia de casas de apuestas cada vez mayor en los barrios más humildes. Hay unas ochenta casas de apuestas en Málaga. La mayoría se concentra en el distrito de Carretera de Cádiz, donde apunta que están a apenas metros unos salones de los otros. "Si no se toman cartas en el asunto, es importante prevenir del juego desde que son pequeñitos, en casas y colegios", señala.
En el Día Internacional del Juego Responsable, si estás leyendo esta entrevista y eres víctima de la ludopatía o tienes a alguien que pueda estar sufriéndola en tu entorno, en Amalajer siempre tendrás un hueco. Manolo acudió a pedir ayuda y gracias a ello, ahora reconoce que tiene una vida normal: le va bien en lo económico, en lo familiar, en la salud y en lo laboral. "Me siento realizado como persona y me siento orgulloso por ello", zanja. Puedes contactar con Amalajer llamando al 952 641 296.