Hemeroteca FAJER 2018
No están tan acostumbrados en el salón de plenos a que venga alguien y desnude sus sentimientos en el más estricto sentido de la palabra, y los haga pasar por el episodio tormentoso por el que él mismo ha pasado. Cuando uno lo escucha de primera mano se da cuenta de lo vulnerables que se puede llegar a ser en algunos momentos de debilidad y entonces es cuando se entiende por qué las personas caen por algunos precipicios en vida. Es la propia historia que Alejandro T., la misma que contó en la comisión de Derechos. No están tan acostumbrados en el salón de plenos a que venga alguien y desnude sus sentimientos en el más estricto sentido de la palabra, y los haga pasar por el episodio tormentoso por el que él mismo ha pasado. Cuando uno lo escucha de primera mano se da cuenta de lo vulnerables que se puede llegar a ser en algunos momentos de debilidad y entonces es cuando se entiende por qué las personas caen por algunos precipicios en vida. Es la propia historia que Alejandro T., la misma que contó en la comisión de Derechos Sociales gracias a una moción que defendía el concejal no adscrito, ungido por Podemos, Juanjo Espinosa.
«Buenas tardes. Mi nombre es Alejandro T. Tengo 21 años y soy jugador en rehabilitación. Comencé a tontear con el juego cuando tenía 16 años. La falta de control de menores en los salones de juego facilitó a mi enfermedad apoderarse de mí antes de cumplir la mayoría de edad. Fue muy sencillo caer en el pozo del juego. En primer lugar, porque la mayoría de los jóvenes que conocía también jugaban; y en segundo lugar por la gran cantidad de locales que existen en la provincia de Málaga para realizar esta actividad. Conforme pasaron los meses, mi vida empezó a cambiar. Fracasé estrepitosamente en mi primer año de carrera, contraje problemas económicos que no podía afrontar y sufrí un trastorno de ansiedad e impulsividad que no me dejaba llevar una vida normal y diariamente hacía daño a mi familia. Empecé a darme cuenta de una sola cosa: que cada vez que entraba en un salón de juego, ya fuera a jugar con máquinas de azar o a apuestas deportivas perdía un poco más el rumbo de mi vida y el cariño de mi familia. Los salones de juego serán tus amigos, siempre y cuando lleves una buena cantidad de dinero en el bolsillo para gastar, fumarás tabaco dentro y beberás todas las copas que te apetezca sin necesidad de abonarlas. Los empleados te aplaudirán cuando ganes un buen premio y te harán sentir lo más cómodo posible, pero nunca te advertirán del peligro de todo lo que estás haciendo. Nunca nadie me informó dentro de los salones de juego que yo podía padecer esta enfermedad y que jugar de forma compulsiva me podía llevar a la ruina. Incluso puedo afirmar que se me incitó a jugar dentro de ellos. No es normal que cuando entres a un salón de juego la mayoría de las personas que se encuentren enfrente de las máquinas sean jóvenes, que los menores de edad tengan capacidad de entrar. O que el deporte y el juego empiecen a caminar de la mano por medio de la publicidad. Mi experiencia me ha enseñado que todo esto es más grave de lo que parece. Que esta enfermedad no sólo afecta al que la sufre sino a todos aquellos que se encuentran alrededor del jugador. Yo, por encima de ser jugador, soy hijo, soy hermano, soy pareja y soy amigo. Pero hoy soy yo, mañana pueden ser vuestros hijos, vuestros hermanos, vuestra pareja o vuestros amigos los que se encuentren en la misma situación y quizás cuando nos demos cuenta del problema sea demasiado tarde».
No hace demasiado tiempo los carteles publicitarios de las autovías, los alerones de los Fórmula 1 o las páginas de las revistas de tendencian publicitaban alcohol y tabaco. La progresiva marginalización de ambos productos en la esfera mediática, especialmente del segundo, provocó que, en un breve lapso de tiempo, su rastro publicitario se evaporara. Demasiado dañinos como para que una empresa privada, cualquiera que sea, le ceda espacio promocional.
Y entonces surgieron las casas de apuestas. Y la historia comenzó de nuevo.
¿Qué ha pasado? Que el gobierno italiano de la Lega y el Movimento 5 Stelle acaban de publicar el "decreto dignità", una ley de amplio calado en contra del trabajo temporal que, como colofón, prohíbe publicitar las casas de apuestas. Según Di Maio, las apuestas resultan dañinas para la "economía familiar" y apuntan hacia los "más débiles" de la sociedad. Dicho de otro modo, representan una trampa mortal para personas pobres o en riesgo de exclusión social.
¿Es importante? Importantísimo. Pese a que el juego siempre había gozado de su particular espacio en las sociedades europeas o americanas, el boom de las apuestas deportivas digitales ha provocado que el fenómeno se extienda como la peste. Es habitual toparse con equipos de gran calado, como la Juventus o el Real Madrid, publicitar sus nombres en sus camisetas. Y sus anuncios se despliegan de forma sistemática antes de cada evento deportivo (inevitables en este Mundial).
Uno de cada cuatro nuevos ludópatas que se acercaron el año pasado para recibir tratamiento a la Federación de Asociaciones de Jugadores de Azar rehabilitados (Fajer) es adicto a juegos digitales, sobre todo apuestas deportivas, una modalidad cuyo fácil acceso y anonimato está desbancando al juego tradicional.
Fajer cuenta con asociaciones en todas las provincias andaluzas y actualmente trata a unas 10.000 personas con problemas de adicción al juego, según los datos facilitados a Efe por su presidente, Francisco Abad, si bien en el último año el número de personas que accedieron por primera vez a tratamiento en estas asociaciones fue de 3.698 y el 23,8 % son adictos sólo a juegos de azar por internet.
Además, hay también casos de adictos a un juego tanto en su modalidad presencial como digital, como el bingo o las tragaperras, por lo que según explica Abad, el avance en reducir la ludopatía tradicional está siendo contrarrestado con un aumento de las adicciones al juego por internet, donde además se empieza "a edades muy tempranas", en torno a los 16 años.
No obstante, el número de menores que llega a las asociaciones es pequeño porque "tiene que venir con sus padres" que tienden a "minimizar" el problema o a darse cuenta tarde, normalmente cuando detectan que les han quitado dinero para jugar, porque "suelen ser chicos que están mucho tiempo solos en casa".
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