No están tan acostumbrados en el salón de plenos a que venga alguien y desnude sus sentimientos en el más estricto sentido de la palabra, y los haga pasar por el episodio tormentoso por el que él mismo ha pasado. Cuando uno lo escucha de primera mano se da cuenta de lo vulnerables que se puede llegar a ser en algunos momentos de debilidad y entonces es cuando se entiende por qué las personas caen por algunos precipicios en vida. Es la propia historia que Alejandro T., la misma que contó en la comisión de Derechos. No están tan acostumbrados en el salón de plenos a que venga alguien y desnude sus sentimientos en el más estricto sentido de la palabra, y los haga pasar por el episodio tormentoso por el que él mismo ha pasado. Cuando uno lo escucha de primera mano se da cuenta de lo vulnerables que se puede llegar a ser en algunos momentos de debilidad y entonces es cuando se entiende por qué las personas caen por algunos precipicios en vida. Es la propia historia que Alejandro T., la misma que contó en la comisión de Derechos Sociales gracias a una moción que defendía el concejal no adscrito, ungido por Podemos, Juanjo Espinosa.
«Buenas tardes. Mi nombre es Alejandro T. Tengo 21 años y soy jugador en rehabilitación. Comencé a tontear con el juego cuando tenía 16 años. La falta de control de menores en los salones de juego facilitó a mi enfermedad apoderarse de mí antes de cumplir la mayoría de edad. Fue muy sencillo caer en el pozo del juego. En primer lugar, porque la mayoría de los jóvenes que conocía también jugaban; y en segundo lugar por la gran cantidad de locales que existen en la provincia de Málaga para realizar esta actividad. Conforme pasaron los meses, mi vida empezó a cambiar. Fracasé estrepitosamente en mi primer año de carrera, contraje problemas económicos que no podía afrontar y sufrí un trastorno de ansiedad e impulsividad que no me dejaba llevar una vida normal y diariamente hacía daño a mi familia. Empecé a darme cuenta de una sola cosa: que cada vez que entraba en un salón de juego, ya fuera a jugar con máquinas de azar o a apuestas deportivas perdía un poco más el rumbo de mi vida y el cariño de mi familia. Los salones de juego serán tus amigos, siempre y cuando lleves una buena cantidad de dinero en el bolsillo para gastar, fumarás tabaco dentro y beberás todas las copas que te apetezca sin necesidad de abonarlas. Los empleados te aplaudirán cuando ganes un buen premio y te harán sentir lo más cómodo posible, pero nunca te advertirán del peligro de todo lo que estás haciendo. Nunca nadie me informó dentro de los salones de juego que yo podía padecer esta enfermedad y que jugar de forma compulsiva me podía llevar a la ruina. Incluso puedo afirmar que se me incitó a jugar dentro de ellos. No es normal que cuando entres a un salón de juego la mayoría de las personas que se encuentren enfrente de las máquinas sean jóvenes, que los menores de edad tengan capacidad de entrar. O que el deporte y el juego empiecen a caminar de la mano por medio de la publicidad. Mi experiencia me ha enseñado que todo esto es más grave de lo que parece. Que esta enfermedad no sólo afecta al que la sufre sino a todos aquellos que se encuentran alrededor del jugador. Yo, por encima de ser jugador, soy hijo, soy hermano, soy pareja y soy amigo. Pero hoy soy yo, mañana pueden ser vuestros hijos, vuestros hermanos, vuestra pareja o vuestros amigos los que se encuentren en la misma situación y quizás cuando nos demos cuenta del problema sea demasiado tarde».
Alejandro volvía a la sillería con los ojos cargados. Emocionado, desfondado. Sus palabras impactaron en los presentes. La última frase, lapidaria.
Espinosa, el proponente de la iniciativa, indicó que es obvio que se trata de un problema social de envergadura y pidió que se aumenten los controles en este tipo de locales vía ordenanzas, sobre todo en inmediaciones colegios, campañas de sensibilización e involucrar a la Policía Local para evitar, infracciones como la entrada de menores y la venta de alcohol a los mismos. El resto de concejales agradecieron tanto a Alejandro como al presidente de Amalajer, Francisco Abad, que había intervenido anteriormente, la exposición descriptiva del problema global: hay un 2% de malagueños que son jugadores patológicos y la franja de edad de 16 a 18 es la más alta en este porcentaje. Con estos números de peso, la iniciativa salió adelante por unanimidad. La edil popular Elisa Pérez de Siles también hizo hincapié en que habría que pedirle a los jugadores estrella que no anuncien las apuestas deportivas, que ellos tienen una responsabilidad social.
Las cachimbas
La imagen que hay de ellas es inofensiva, la chiquillería las usa con esencias variadas y nadie piensa que son tan perjudiciales. Las cachimbas, pipas de agua o shishas fueron el tema central de la iniciativa que defendió la edil socialista Rosa del Mar Rodríguez. Al igual que con el asunto de las apuestas deportivas o salones de juego, muchos de los presentes desconocían la afección que producen entre los jóvenes. Intervino el presidente de la asociación de Alcohólicos Rehabilitados, Francisco Pallín, quien subrayó que fumar en cachimbas, aunque sea las esencias de frutas, es la antesala a la droga. Llamó la atención sobre cómo en la feria de Málaga los niños estaban fumando en pipa y bebiendo, y acababan tirados por los suelos;y que tuvo que recoger a varios y llevarlos a la asociación a ver si se les pasaba. Tras el testimonio, unanimidad para poner en marcha campañas de información e intensificar por parte de la Policía Local la vigilancia en locales de ocio para que estos aparatos no sean usados por menores. En resumen, un 'chute' de información juvenil de lo más esclarecedor.